Anoche viniste a verme

 

Anoche viniste de nuevo a verme. Esta vez me encontraste de pie, mirando a través de mi ventana. Era tarde, no podía dormir. No me había dado cuenta de tu presencia. Te acercaste y te quedaste junto a mí admirando el brillo de la luna llena, estaba muy hermosa y en cierta manera me daba tranquilidad. Me giré y me asusté un poco al verte, no te esperaba, me sonreíste, me abrazaste y te diste cuenta de lo rápido que late mi corazón cuando te tengo tan cerca. Pasaste tu mano por mi cabello y conseguiste que me relajara un poco. Noté que habías tenido un día largo, te tomé de la mano y nos sentamos en la cama a conversar. Ambos estábamos cansados, y a ambos nos costaba quedarnos dormidos. Te pregunté cómo estabas, y me respondiste con la mentira que algunas veces es verdad: "estoy bien". No quisiste entrar en detalles, pero me contaste que el trabajo sigue igual de pesado y yo solo te dejé hablar sin interrumpirte, me conformaba con escucharte. Hace tiempo que nuestras conversaciones solo se basan en alguna anécdota superficial, la serie de moda y poco más. Sin darnos cuenta nos estamos convirtiendo en dos personas que hace un tiempo atrás se sentían cómodos conversando sobre cualquier tema que nos pudiera inquietar, interesar o excitar, pero ahora solo mantenemos conversaciones inocentes para no despertar el deseo que al menos sigue vivo dentro de mí. Te diste cuenta de lo callada que estaba. Antes me reía de cualquier de cualquier comentario tuyo, y siempre tenía cosas que contarte, pero esta vez el silencio me domina. Me preguntaste cómo estaba al mismo tiempo que retirabas un mechón de mi cara, te respondí que bien, aunque te diste cuenta de que esta vez no era cierto. Y aunque tú no quieres insistir, decidí contarte todas esa cosas que se me suelen quedar atoradas en mi pecho, porque es contigo con quien me siento libre de comentarte todo aquello que para otros pueden parecer tonterías, pero que a mí me llenan la vida. Incluso que las hormonas me alteraron tanto esta vez, que pasaba de la risa al llanto en segundos, y qué decirte de las ganas que tenía de estar cerca de ti, pero que gracias a Dios la distancia me hizo sentir menos tonta esta vez. No sabemos cómo, pero pasamos de estar sentados uno al lado del otro en la cama (yo con las piernas cruzadas frente a ti, y tú con las piernas estiradas con la espalda apoyada a la cabecera), a estar acostados boca arriba como si fuéramos dos críos tumbados sobre el césped mirando las estrellas, en vez del techo. Tengo mis manos entrelazadas descansando sobre mi vientre. Ahora soy yo quien habla sin parar y tú solo te dedicas a escucharme y a mirarme. Te giras hacia mí, y me vuelves a sonreír. Te siento tan cerca que cierro los ojos para recordar tu olor. Tomas mi cara con tus manos, y antes de que pueda abrir mis ojos, tus labios están sobre los míos y siento que soy capaz de tocar el cielo con la punta de mis dedos. Mi corazón se acelera de nuevo y no sé si seguir adelante con mis deseos o simplemente dejarlo pasar. Te apartas de mí y creo que lo mejor es no insistir. Me giro hacia el otro lado y esta vez te doy la espalda, esta vez cierro los ojos con la intención de quedarme dormida y olvidar la esperanza de que quieras volver a estar conmigo. Pero te vuelves a girar hacia mí, me envuelves en un amoroso abrazo, noto el roce de tu barba cuando me besas en el cuello, y me dices al oído que no quieres sacarme de tu vida, pero que por ahora no sabes cómo mantenerme en ella. Me abrazas con fuerza, como si no quisieras soltarme nunca. No soy capaz de decir ni hacer nada, simplemente me quedo allí, contigo, entre tus brazos, con tus manos entrelazadas con las mías, con ganas de que esta noche no tuviera fin. Antes de quedarme dormida me pediste que te recordara al día siguiente que habías ido a verme…

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