Parte de mí

 


"Yo te llevo dentro, hasta la raíz.
Y por más que crezca, vas a estar aquí,
aunque yo me oculte tras la montaña
y encuentre un campo lleno de caña
no habrá manera, mi rayo de luna que tú te vayas" 
Natalia Lafourcade - "Hasta la raíz"

Ella se fue un día de noviembre. Unos minutos antes me había llamado, y yo no escuché el móvil. Fue al ver su llamada perdida cuando le pedí a mi hermano que les diera una vuelta. Él se fue cuatro meses después. Esta vez yo tenía el móvil en la mano, y mi hermano solo pudo escribir un mensaje: “Ya está, ya se reunieron…” En ese instante sentí cómo el suelo se movía debajo de mis pies, y mi mundo cambió otra vez.

Los extraño mucho. No pude despedirme de ellos.

Mi papá no medía lo que gastaba, no era un derrochador, pero le gustaba compartir con sus seres queridos todo lo que tenía. Para él, ahorrar era sinónimo de privaciones, y la vida consistía en ser y hacer felices a quienes amaba. Mi mamá no era tacaña, pero le tocó ser la encargada de tener los pies en la tierra y siempre nos decía que había que administrar la abundancia con criterio de escasez.

Eran tan diferentes y tan parecidos a la vez, que así se amaban y así se complementaban. Cada uno dejó su marca, a su manera, en mi corazón…

Mi mamá fue maestra de primaria. Ella me enseñó a leer y escribir, a contar, sumar y restar. Mi papá fue dibujante, publicista y caricaturista. Él me enseñó los colores, la fotografía y a apreciar la luz…

Ambos me enseñaron a querer y a respetar.

Mi mamá también me enseñó a darlo todo, y mi papá a ser más selectiva con quien compartiera mi vida.

De mi papá me quedó esta estúpida costumbre de contar historias imaginarias y más chistes malos que buenos. De mi mamá, las ganas de reír todo el tiempo y de no dejar de perseguir mis sueños.

Mi papá me dejó la nostalgia y la melancolía, mi mamá me dejó mucha compañía.

Mi papá siempre solía decir: “hay cosas que por sabidas se callan, y por calladas se olvidan”, por eso mi mamá siempre me decía: “hija, te quiero mucho”.

De mi mamá aprendí a creer en lo que no puedo ver: Ángeles, vidas pasadas, Dios, el Amor. De mi papá aprendí a cuestionar todo lo que pueda ver, oler, comer, oír y tocar.

De mi papá me quedó la costumbre de tener la radio encendida todo el tiempo, y de mi mamá, tararear mientras me concentro en algo muy importante.

Ahora, cuando me miro en el espejo, veo los ojos negros de mi mamá y las mejillas rosadas de mi papá en mi rostro. Los veo y sonrío porque siempre serán parte de mí…

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